Nueva temporada, ¿nuevas ilusiones? El CSD sigue sin cumplir su palabra heredada y la liga profesional queda un poco más en entredicho cada semana que pasa.
Cuando yo era pequeña, el fútbol le pertenecía a Darío. No, no busquen en Google qué famoso futbolista respondía a ese nombre y tenía tanta clase como para afirmar que el fútbol le pertenecía. La frase es mucho más sencilla:
el fútbol le pertenecía a Darío porque Darío era el dueño del balón con el que jugábamos en la única finca semillana del pueblo, que, por supuesto, también era suya.
Darío hacía y deshacía los equipos. Decidía quién se la ponía en esta portería y en aquella, era el capitán de su equipo y nombraba al del otro, con el que se jugaba a pares o nones la confección de plantillas. A mi siempre me tocaba de las últimas, y casi siempre ocupar la portería en la que pegaba el sol de cara. Darío marcaba la hora de inicio del partido, y la del final solía coincidir con la llegada de su madre y su bocadillo de chocolate con leche. Darío era quien decía que ese gol
había sido fuera de juego, que aquella era ‘alta’ y por tanto fuera, y que esa
falta no era de tarjeta roja. Si le llevabas la contraria a Darío, te ibas a
casa. Si te llevabas bien con él, por algún extraño motivo, siempre estabas en
el equipo que ganaba.
El fútbol era muy fácil entonces, porque sabías quién mandaba. Estuvieras de acuerdo o no. Y, si no lo estabas, lo único que podías hacer era convencer a tu familia para allanar una finca y que te compraran un balón mejor que el suyo.
La temporada pasada, esta que les escribe estuvo a punto de no escribirles más. La situación es agotadora, qué les voy a contar. Pero, en Julio, decidí creer que teníamos un plan, que alguien había comprado una finca llana y una bolsa de balones. Que me gustarían más o menos sus decisiones, sus normas y sus caprichos, pero que íbamos a tener por fin a alguien a cargo de una liga profesional. Pasaron las semanas, y aquello se fue esfumando. Algo que debería ser tan sencillo como redactar unos estatutos base para formar una liga profesional, se enquistó porque el Darío que nos ha tocado ya en la vida adulta, no va a dejar que juguemos en la finca nueva.
En agosto, ya lo di por perdido. Se agotará el plazo de los seis meses para intentar buscar un consenso y todo apunta a que se nos impondrán unos estatutos que no van a contentar a nadie más que a Darío. La sarta de triquiñuelas que está buscando el CSD, espanta, y me hace preguntarme una y otra vez qué le debe este Gobierno a una RFEF que podría haberlo perdido todo y ahora puede tener más que nunca. Las normas no deberían ser estas, pero acompáñenme en mi habitual pesimismo: lo serán.
Hace unos meses publicamos un 'Querido fútbol' en el que decía que no había nada que celebrar por un acto electoral de Irene Lozano antes de irse a Madrid. Tal fue así, que aquel acto electoral se convirtió en una manzana envenenada para Franco, que venía detrás. Tenían la obligación de profesionalizar por culpa del foco y las promesas, pero no querían. Se cargaron a Irene Lozano que sólo hizo dos cosas: el protocolo y asegurar la profesionalización del fútbol femenino español. Las dos cosas que molestaron a RFEF. Por eso RFEF se aseguró de meter en la chiquera a Albert Soler, que defendía que la Federación tiene que tener más peso en el fútbol femenino. Y de esos barros, estos lodos. Nada que no supiera todo aquel que, simplemente, se fije en los detalles.
La liga profesional, aquello de Ellas, fue un compromiso adquirido del que ahora no saben cómo librarse. A las jugadoras se les prometieron cosas que, a curso empezado, no existen. Y el panorama para el futuro es desalentador. A los aficionados, por otra parte, se nos volvió a ilusionar con un escenario distinto que, a día de hoy, nos aburre por monótono y predecible. La queja es a la visibilidad, pero, si metemos un poco el cuchillo en la herida, lo que hay es una descoordinación absoluta que no deja lugar a dudas: estamos en la nada. En la nada más vacía.
Con todo y con eso, seguimos, tanto jugadoras como afición, buscando un resquicio de esperanza al que agarrarnos. Tal vez las cosas cambien en las dos próximas jornadas, ¿verdad? Tal vez solo se nos ha echado el tiempo encima y esto sea solucionable a corto plazo, ¿no? Quizá solo hay que darle un poco más de tiempo al CSD para escuchar a todas las partes, como Franco dijo, ¿no creen? A lo mejor la ausencia de información solo es síntoma de que se está trabajando a contrarreloj y pronto tendremos una solución, ¿a que sí?
Andrea, tú no aprendes. ¿Qué dijimos la última vez? Que no puedes ilusionarte tan rápido. Te puede el corazón. Te basta una ruleta de Aitana, una entrada a tiempo de Maitane, una parada de Larqué, una carrerita de Athenea por la banda para que te salga la sonrisa de lado y pienses que te da igual todo, que todo merece la pena. Te olvidas del mundo en cuanto escuchas el petardeo sordo de un golpeo a media distancia. No te importan los daños, ni las llamadas que anuncian marejada. Dejas de lado con demasiada facilidad lo difícil que es trabajar cuando el resto decide que es preferible no avanzar a que se avance de la mano de otro.
Andrea, entra en razón: Darío sigue teniendo la finca y el balón. Darío decidirá quién juega en cada equipo, a qué hora empieza y termina el partido, quién estará en cada portería y quién gana y quién no. Y siempre será él. Se encargará de mandar al tejado más alto la pelota de su competidor. Y, salvo que alguien que debería tener más poder que él nos preste una escalera, el fútbol le volverá a pertenecer este año. Y tal vez el próximo. Y -Dios no lo quiera- así será siempre. No te ilusiones. No vuelvas al mismo error.
PD: Darío, si lees esto, perdón por compararte con Rubiales.