Jornada fría en Primera Iberdrola, con más partidos aplazados que de costumbre, y con una protagonista nueva: Iraia Iturregi
Soy poco de venerar a entrenadores, pero sí que me llama la atención la capacidad de algunos para manejar un grupo o una situación determinada. El campo no lo es todo, aunque si lo que pasa allí es bueno, en el vestuario se respira una calma que alarga las buenas dinámicas. Soy de las que se empapaba de ruedas de prensa para disfrutar con las explicaciones o excusas de los que llevaban la batuta en el único fútbol que podía ver. Gocé con Cruyff –como si con Cruyff se pudiera haber hecho otra cosa que no fuera gozar- , sufrí con Aragonés, me reí con Clemente, y crecí en una polaridad absoluta, entre la verborrea de Valdano, la contundencia de Arsenio Iglesias y los silencios de Bielsa. A este último le dijo su mujer que le gustaría ser vasca “porque no se van de boca. Hablan mucho, pero dicen lo necesario. Nunca dicen lo que no corresponde”, y aquí entra el primer nombre de mujer de mi lista: me comí la rueda de prensa de
Iraia Iturregi ayer con una sonrisa hasta cuando hablaba euskera y no la entendía.
En castellano dijo que el momento es el que es, que a la realidad hay que mirarla a la cara y que entrenar al Athletic nunca es un marrón. Que cree en el grupo humano, que lo conoce a nivel deportivo y personal y que aunque no estén en su mejor momento confía en darle la vuelta a la situación. Como vasca, no lo dijo por cumplir. Lo dijo porque era necesario. Y porque lo cree de verdad. Porque sabe lo que es partirse el pecho por ese escudo, porque esa casa es su casa, ha ayudado a construirla y va a ponerlo todo para tenerla a flote. Y porque esas a las que hoy ordena fueron ayer en su mayoría compañeras, fue su capitana, su estandarte. Si no creyera Iraia en ellas, ¿quién creería?
Iraia dirigiendo ayer su primer entrenamiento como líder del primer equipo del Athletic es la constatación de que el cambio de ciclo ya es imparable. Se une a Pry, Arroyo y Benitez en una Primera Iberdrola con más nombre de mujer que nunca. Si las rachas negativas de los de abajo siguen en picado, podrían ser más. Quedan Ferreras, Toña, Astrain, Mila Martínez, Jessica Rodríguez… muchos banquillos están en precario equilibrio desde hace varias jornadas, hay toques de atención tan llamativos como el que recibió Villacampa, y no sería de extrañar que las cuatro de hoy fueran cinco o seis a final de temporada. Es un cambio anunciado: el techo de césped tenía que convertirse en suelo tarde o temprano.
Hace un año visité Lezama y pude ver el entrenamiento del filial rojiblanco dirigido por Iraia. Iba a otra cosa, pero no podía evitarlo. Iraia es un referente para mi generación, pasar de verla pateando a vigilando era un capricho necesario. A mi espalda, Tirapu aún entrenaba con el primer equipo. El anuncio de su tándem en Reto Iberdrola era la constatación de que una institución tan venerada por su ADN como el Athletic Club era consciente de la importancia de perpetuar la estirpe, que las que un día fueron ejemplo para sus compañeras y rivales, deberían seguir siéndolo para las generaciones venideras, ahora en un banquillo. Crecer siempre es más fácil si vas de la mano de alguien que creció con el aire en contra.
El fútbol femenino está en un crecimiento exponencial que permite que lo que antes era un titular por excepción, empiece a serlo por norma. Y no solo aquí en España. Ver a Casey Stoney sentada en la nevera de las botellitas de agua charlando con sus jugadoras cuando se acercan a beber, con los brazos cruzados y con calma, imaginar su pizarra en el descanso capaz de girar un partido 180 grados, es un espectáculo para los que amamos el fútbol del big data. Las que aún tienen las botas atadas en el armario saben mejor que nadie lo que se cuece en el campo, en el vestuario, en el bus y en el hotel de concentración. Manejar un grupo es eso. Conseguir resultados con él, también. Y no digo con esto que un entrenador no sea capaz de gestionar a 20 jugadoras, pero las gestiona de forma distinta, porque el fútbol femenino tiene sus matices, y hacer la mili durante quince años en el prao es lo que te brinda galones para sacar adelante un proyecto de futuro. Creo firmemente en la hornada de entrenadoras que se viene, en la revolución silenciosa que supone que ocupen puestos de liderazgo y de dirección mujeres a las que les ha costado sangre, sudor y sobre todo lágrimas ser futbolistas. Vivimos, por suerte y por justicia, una época de oro para el fútbol femenino en todos sus aspectos. Y esto ya no hay quien lo pare.
El nombramiento de Iraia Iturregi como entrenadora del Athletic no me pilló por sorpresa. Hace unos meses tuvimos una charla de casi hora y media que se resumió en cuatro folios para un reportaje sobre la impresionante temporada del Athletic B y su título interruptus de liga. Lo que me enseñaron del periodismo es que no debemos contar todo lo que sabemos, ni publicar todo lo que nos dicen, ni mostrar sentimientos por los entrevistados. Hacer aquel reportaje de forma aséptica fue un desafío. Cuando alguien ama lo que hace –e Iraia lo ama tanto, tanto- es difícil no empatizar. Cuando alguien cree tanto en su equipo y en la capacidad de cada una de sus jugadoras, es imposible colgar el teléfono sin ser una hincha más. La otra, Tirapu, me aconsejó una vez que fuese imparcial. A ver cómo le explico yo ahora que lo de la imparcialidad se me ha caído del todo y soy una Athletictzale más.
Algún día, no muy lejano, alguien escribirá un artículo que empiece como este pero en el que la lista de entrenadores será de entrenadoras. No tengo la menor duda.