Quiero creer y no puedo. Cúlpenme a mí por incrédula si el día 1 de julio es la liga profesional y yo me tiro meses con la matraca de que no lo será. Atáquenme sin piedad si eso ocurre, tienen mi permiso. Pero yo a Franco no le veo intención, y más que a mi no les duele a ustedes.
Siempre les hablo de mi infancia, y siempre parece que mi infancia fuera ligada a una pelota —concretamente, he de reconocerlo, a un Tango del 82 que tenía mi hermano cuando nací y que mi madre acabó por rajar con un cuchillo la tercera vez que le rompí la vajilla de un pelotazo— pero en aquella época lo que menos hacíamos era jugar al fútbol, y mucho menos en verano, cuando llegaban los belgas, subían los de Gijón y también se acercaban los nietos y sobrinos de algunos vecinos. Eran momentos de probar una narrativa que nos sacara de un pueblo de veinte casas en medio de la montaña asturiana y nos transportara allende los mares. Tal es el caso, que hacíamos una barcucha con neumáticos y nos metíamos en un riachuelo que llegaba a un claro con un escaso laguillo, y ahí esperaba otra barcucha más grande. Muchas veces me tocó ser la vigía de aquella nave varada. Con una corteza de árbol enrollada en forma de catalejo, divisaba las velas de una Armada absolutamente imperial, escalofriante, imponente, que surcaba el agua para llegar a tierra y masacrarnos. Yo lo veía tan claro que sentía cada poro de mi cuerpo temblar. Un día, avisada esta vez la madurez, entrecerré los ojos en el catalejo y me di cuenta de que aquel capitán de buque no era más que un niño de un par de años más que yo con un sainete de gorro de papel de periódico encima de la cabeza.
Así mueren los sueños. Mientras ustedes ven un capitán con cartagenera en el cogote en José Manuel Franco, yo voy leyendo los titulares del gorro de papel de periódico. Me quedo con uno de Rafa Fernández, compañero de Onda Cero, en el que se detalla que nuestro nuevo Secretario de Estado para el Deporte no incluye en su agenda política el 1 de julio. ¿Cómo puede ser que el único proyecto lanzado por el Consejo Superior de Deportes esta legislatura no esté en agenda? ¿Por qué se fue Irene Lozano? ¿Por qué sigue callada la Real Federación Española de Fútbol? Algo se trama, y no es algo bueno. Lozano, antes de irse a surcar el Manzanares, se despidió con honores y encargó a la Comisión Directiva del CSD la sencilla tarea de reunirse y aprobar el acuerdo de calificación de la Liga Ellas como profesional. Era urgente. Quedan apenas tres tristes meses para que la liga sea profesional. Han pasado siete días. Urgente, para algunos, es una aldea de Eslovenia.
Juro, por más que me empeñe en embarrar mis pensamientos, que quiero creer en una liga profesional el 1 de julio. Pero hemos tirado a la basura un escenario político en el que todos los partidos presionaban en un mismo sentido a la RFEF para que suelte amarras y se aleje del puerto. Ahora tenemos un Gobierno de dos partidos en el que uno ha salido con un puntapié por parte del otro de la foto. Un Presidente del CSD que —como es costumbre en los Presidentes del CSD— viene a implantar sus políticas y a olvidarse de las anteriores. Todos los políticos quieren pasar a la historia como el que hizo, no como el que acabó. Y este quiere una Ley del Deporte nueva, no los remiendos de su predecesora que quedarán feos en el tapiz que planea y que (ya se lo adelanto) tampoco acabará. Tenemos a la oposición, que presionó para el convenio, olvidándose de que existe una cosa llamada fútbol femenino que les necesita. Y tenemos a la ciudadanía en general y a la nuestra en particular extremadamente calmada. Un escenario perfecto para el desastre.
Juro también, por más que escriba esto convencida, que espero una ráfaga de luz que me convenza de mi error y que me obligue a escribir un artículo esta misma tarde pidiendo perdón por necia y desconfiada. Juro que quiero darles la razón a ustedes, los que creen, los que viven tranquilos, los que no ven conspiraciones políticas ni silencio institucional, los que de verdad celebran con jolgorio interno que se pueda calificar la Liga Ellas como profesional el día 1 de julio, y los que ven en un acto de propaganda política una promesa en sede parlamentaria que nos obligue a un futuro mejor. Juro que quiero, pero ahora mismo se me hace cuesta arriba. Yo estoy aquí, con mi catalejo de corteza, y eso que veo no es una cartagenera, es un gorro de papel de periódico.