Mañana se juega -al fin- la final de la Copa de la Reina 19/20, en La Rosaleda.
Uno de los veranos que estudié en York me pasaba las tardes muertas —es decir, todas— en un antro con música irlandesa y cerveza barata. Lo regentaba una mujer que no llegaba al metro cincuenta, con el pelo entre rubio y canoso envuelto en una redecilla y un delantal de cuadros azules y blancos. Casi siempre estaba de buen humor, canturreaba, te atendía con una sonrisa, te ponía la pinta bien fresca y se volvía a sus quehaceres detrás de la barra. Nunca supe cómo se llamaba, porque la llamaban la innombrable, al igual que su bar: The Unnamable.
A la Andrea de 16 años (y a la de hoy) no le podías decir que había una historia por la que no se podía preguntar, así que rascó a ver por qué no tenía nombre aquella mujer, y entonces descubrió que hay un apellido que lleva una leyenda detrás para que se evite pronunciar su nombre: Rommel, el Zorro del Desierto. Rommel es un apellido alemán que recuerda a los ingleses una dura etapa de la II Guerra Mundial. El Mariscal que lo llevaba en su partida de nacimiento había ganado todas las batallas que disputó, una detrás de otra, masacrando a los soldados ingleses que intentaban plantarle cara. Y eso que también se decía que era tan buen militar que produjo las víctimas justas, en una guerra sin odio. Era un apasionado del belicismo, pero no del Tercer Reich, y sugiero al lector que busque cómo acabó su historia. Volviendo a la batalla por África, el Comandante de las tropas inglesas destacadas en el continente, Claude Auchinleck, sabiendo el pavor que sentían sus hombres al solo escuchar que se enfrentarían a los de Rommel, les prohibió nombrarle, se quedaría simplemente en “el enemigo”.
El enemigo del EDF en la final de la Copa de la Reina cosecha también victorias como masacres a sus espaldas. Ya no recuerdan lo que es perder en el tiempo reglamentario, y en lo que duró este torneo llevan once goles a favor y ninguno en contra. El nombre de las innombrables que lo forman hace también que las piernas de las rivales flaqueen de solo verlo escrito en la lista de convocadas. Cortés, como buen estratega, puede elaborar diversos onces para esa final y ninguno nos sorprendería.
El duelo psicológico ya comenzó hace meses. La final de la Copa de la Reina del curso pasado debería haberse disputado el 31 de mayo, y es ahora, nueve meses después, cuando el campo de batalla de La Rosaleda dará a luz a una historia que puede ser épica o trágica. El EDF está citado a comparecer por méritos propios. Dejó en el camino al Athletic en los penaltis, al Betis de antaño y al Espanyol. Va envuelto como un caramelo, pero no lo es. Es como aquellos de La Santina que me daba mi abuela para que me confiara, mordiera fuerte y se me cayeran los dientes de leche. Suena a tópico, pero es que mañana puede pasar de todo.
El fútbol es una discusión de estilos y una batalla por imponerlos. El innombrable planteará su teoría sobre el tiqui-taca, las poderosas ráfagas de fuego de su ataque y la invasión de campo rival para ganar territorio. Al EDF le esperará un trabajo de trinchera y una fe ciega en devolver los disparos para hacer daño a la retaguardia. En aquella Guerra que fue la Copa de la Reina 19/20 aún se recuerda cómo un enemigo pequeño aguantó el embiste del FC Barcelona durante 119 minutos de bombardeo y casi logra la victoria. Todo puede pasar a un partido, y al enemigo aún le vienen flashes de lo que fue caer en las Semifinales de la Supercopa. Juegan como deberían jugar los dioses del Olimpo si es que tienen una pelota, fallan poco en el control de los tiempos de juego, pero un poco más de cara a puerta, y atrás tienen una solidez envidiable para el resto. Pero son humanas. Y se trata de demostrar que lo son, de aprovechar las escasas debilidades que plantean y convertirlas en una grieta por la que hacer que se tambaleen.
En la guerra, como en el fútbol, no hay nada escrito por más que una fama de inquebrantable vencedor te preceda. En Alamein, Claude Auchinleck venció a Rommel. En aquella batalla, el indestructible ejército alemán tenía las de ganar, pero los ingleses resistieron con el agua al cuello, y se sacaron de la manga algo que Rommel no esperaba: descifraron sus mensajes con una máquina proporcionada por los aliados. Así lograron desabastecer al enemigo, que tuvo que retirarse. A veces, en la guerra, en el fútbol, y en la vida, no gana el más fuerte, si no el más listo.