Aquel verano fue, de todos, en el que más niños nos juntamos en el pueblo. Fue una suerte agria, que nos pilló lejana en aquel entonces. La muerte de Matilde -la abuela de Darío- reunió a familias que habían salido a buscar fortuna a otra ciudad, a otra provincia o incluso a otro país. Recuerdo que aprendí las primeras palabras en francés, y no por los belgas que venían siempre, si no por una suiza pelirroja y pecosa que se empeñó en no hablar castellano y por la que yo estaba dispuesta a estudiar idiomas. Pero esa es otra historia para otro artículo.
Aquel verano duraría (supongo) tres meses, como todos. Y aquella semana del entierro de Matilde duraría (supongo) siete días, como todas, pero la recuerdo interminable. Nunca había llegado tan tarde a casa. Jugábamos al escondite, al fútbol, incluso al béisbol con una escoba y un balón de playa. Bajábamos el camino de la fuente en una carrera y al último en llegar lo tirábamos a la charca. Nos escapábamos a la verbena del pueblo de al lado, nos colábamos en casas abandonadas a cotillear enseres ajenos y hasta robamos una cabra generando una trifulca entre familias. Poco nos preocupaban las consecuencias. Aquel verano fue, de todos, el que más disfrutamos en el pueblo.
Al siguiente llegó la adolescencia, las risas se transformaron en quebraderos de cabeza, no salíamos a jugar si había algo mejor en el televisor, y, por si fuera poco, el clin clin prrrr del módem a las seis de la tarde anunciaba la llegada de Internet. El mundo cambió, y nosotros con él. Miro ahora a través de la ventana y veo un par de árboles mecerse, no escucho ni una risa, ni una madre llamando a merendar, ni veo ninguna cabra para arrancar una guerra vecinal robándola. Este verano, sin duda, será un coñazo.
Esta temporada que termina duró (supongo) doce meses, como todas. Pero con 353 días de competición y competiciones se nos ha hecho eterna. Es una temporada rara por lo de la covid, sus parones y desgastes, pero también por la consciencia absoluta de que será la última temporada amateur en la primera división de fútbol femenino de España. Es la temporada del triplete, de los tres a Champions, de los cuatro descensos, las decenas de lesiones, los líos de vestuarios, la grada vacía, el protocolo y las plataformas varias de televisión. En lo deportivo, la misma sensación de cada verano de que en algunas casas se pudo haber hecho mejor, en otras hay que empezar de cero y, las que menos, deberán aferrarse a la posibilidad de seguir en línea ascendente todo el tiempo que puedan. En lo extradeportivo es una temporada desastre en tantos aspectos que solo nos queda grabarla a fuego para recordarla en unos años como el circo que nos tocó vivir. Pero también es la de la esperanza y la fe en que todo cambie.
Esta temporada es la demostración de que el fútbol femenino, si se vende bien, interesa. La llegada de aficionados nuevos, de inversores, patrocinadores, medios e influencers, deja claro que este deporte, si se enseña, mueve masas. Podemos presumir de una selección fuerte que busca rival que la bata, de clubes que pisan fuerte en Europa y de jugadoras que son ejemplo de vida, constancia y esfuerzo. Hemos ampliado la pizarra para apuntar otros nombres como referentes, y empezamos a mirar con orgullo al pasado para hablar de Historia. Todo eso -y más que hay en tablillas de Excel que no se enseñan- nos ha puesto donde estamos: frente a la puerta gigante de una liga profesional.
Y sí, algunos siguen pensando en pasado, con esa rabieta que te da cuando la novia te deja y le dices a los colegas que solo os estáis dando un tiempo, pero esto ya no frena. Esta temporada larga, extraña, agridulce, dubitativa, termina el 30 de junio. Todo lo que empieza será distinto. El fútbol cambia y debemos cambiar nosotros: clubes, directivos, entrenadores, jugadoras, medios, aficionados… A los pies del abismo de la profesionalización, hay que estar más que nunca seguros del salto. El más mínimo error se mirará con lupa y se criminalizará mientras nos gritan desde el burladero que era demasiado pronto para ponerse delante del toro. En nuestras manos está callar las bocas de unos y secar las gargantas de otros celebrando éxitos que acabarán llegando. Esta temporada, más que ninguna otra, fue la de sufrir y pelear, pero también la de disfrutar y aprender. Eso que nos llevamos.
Disfruten el verano, desconecten, descansen y reúnan fuerzas. Nos harán falta para la batalla.